jueves, 21 de mayo de 2009

La aristocracia en el pensamiento de un Cardenal del siglo XX, controvertido pero nada sospechoso de parcialidad a favor de ella

Texto completo del Apéndice IV de "Nobleza y élites tradicionales análogas - en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana" - Autor: Prof. Plinio Corrêa de Oliveira

Nota: si desea tener el archivo word puede solicitarlo a: donpelayodeasturias@gmail.com
..............................................

La aristocracia en el pensamiento de un Cardenal
del siglo XX, controvertido pero
nada sospechoso de parcialidad a favor de ella

El extenso y erudito homiliario titulado Verbum Vitae – La Palabra de Cristo, elaborado por una comisión de autores bajo la dirección de Mons. Ángel Herrera Oria,[1] entonces Obispo de Málaga, presenta en las páginas 720 a 724 de su tercer tomo un esquema para orientar homilías en el que se contienen algunos puntos de la doctrina de la Iglesia sobre aristocracia. Pasaremos a transcribir párrafos del mismo, acompañándolos con algunos comentarios.[2]
El esquema comienza por considerar a la aristocracia en función de la sociedad y no en función del Estado: "La aristocracia es un elemento necesario en una sociedad bien constituida." Y añade enseguida: "Recordemos lo que enseñan la filosofía, la teología y el derecho público cristianos acerca de la aristocracia."

1. Sentido filosófico

"Aristócratas son los mejores", de acuerdo con el sentido etimológico de la palabra. Esta "lleva embebida en sí la idea de perfección, la idea de virtud".
En efecto, "la aristocracia tiene hábitos virtuosos". Se habla aquí de hábitos "de entendimiento y de voluntad", por los cuales "sobresale la aristocracia".
"El tipo de aristócrata, individualmente considerado, que engendra la filosofía antigua, es el sabio."
Son virtudes fundamentales de la aristocracia "la perfección moral y el amor al pueblo".

2. Sentido Teológico

"La Teología arroja torrentes de luz sobre este concepto de aristocracia y pone fundamentos sólidos al derecho público cristiano."
"Aristocracia es perfección. El aspirar a la perfección es un deber del cristiano:
"a) 'Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto' (Mt. 5,48).
"b) 'El justo practique aún la justicia, y el santo santifíquese más' (Apoc. 22.11).
"c) 'Camina en mi presencia y sé perfecto', dijo Dios a Moisés."
Ahora bien, "¿En qué consiste la perfección?
"Santo Tomás contesta:
"1. La perfección de la vida cristiana consiste principalmente en la caridad [es decir, en el amor a Dios].
"2. Porque cada uno se dice ser perfecto en cuanto alcanza su propio fin, que es la última perfección de la cosa.
"3. La caridad es la que le une con Dios, que es el último fin de la mente humana, porque 'el que permanece en la caridad, en Dios permanece, y Dios en él' (I lo. 4-16); (cfr.2-2q. 184a. 1.2.3 c; ibíd.,q. 81a. 7 c).
"Por consiguiente, por la caridad especialmente se alcanza la perfección de la vida cristiana."
De ahí se deduce que:
"Esta idea luminosa es la que se debe tener muy presente, porque ella vivifica toda la sociología y toda la política en el capítulo de la aristocracia.
"a) Aristocracia es perfección.
"b) Perfección es fundamentalmente caridad cristiana."

3. El derecho público cristiano

"Aristocracia y propiedad. No se repara lo bastante en el hecho de que uno de los fundamentos de la propiedad privada consiste en el deber de perfeccionarse."
León XIII enseña en la Rerum Novarum que "los bienes se poseen como propios y se administran como si fueran comunes. Es decir, que, 'satisfecha la necesidad, el decoro y la perfección', lo que resta hay que darlo en limosna. Se habla muchas veces de la necesidad y del decoro y se olvida la perfección, que es un deber."
De ahí el esquema pasa a hacer algunas reflexiones que, lamentablemente, el ambiente igualitario de nuestros días va sepultando en un completo olvido.
"A los que viven en el mundo y tienen familia cumple el deber de perfeccionarla y de elevar en sus hijos el decoro y consideración social de la familia, cristianamente entendidos.
"Con tal que se viva bajo el influjo de la caridad cristiana, los padres deben procurar, en lo posible, que en ciencia, en arte, en técnica, en cultura, en todo, sus hijos sean mejores que ellos. No, para educar vanidosos, sino para ofrecer a la sociedad, en beneficio del pueblo, generaciones más perfectas.
"Los aristócratas deben, sobre todo, tener muy presentes, para importarlos y aplicarlos, todos los progresos técnicos, sociales, etc., que puedan satisfacer las necesidades de las clases más indigentes."
Estas enseñanzas hacen patente que el empeño de las aristocracias en que haya a lo largo de sus sucesivas generaciones una continua mejora de viviendas, mobiliario, trajes, vehículos, así como de modales y porte personal, es un aspecto esencial de ese caminar hacia la perfección global para mayor gloria de Dios o para el bien común de la sociedad temporal.
Esta búsqueda de bien común no dispensa en absoluto al perfecto aristócrata católico de ser solícito en atender celosamente los derechos de las clases necesitadas. Los aristócratas que así sean, se convierten en "los mejores", que han sido calificadas un poco antes como "elemento necesario en una sociedad bien constituida".

4. Aristocracia social

El esquema pasa a tratar ahora no ya del aristócrata en cuanto individuo sino de la familia aristocrática.
"El aristócrata, al perfeccionarse él y perfeccionar a su familia, crea una institución dentro de la sociedad, que es la familia aristocrática."
El texto deja bien claro que, para ser fuente y propulsora de ese impulso hacia lo alto, la propia contextura familiar le es a la aristocracia de gran utilidad, pues es en el seno de las familias de todas clases sociales donde se constituyen las tradiciones propias a cada una, y es en la convivencia familiar donde los padres y mayores encuentran las condiciones psicológicas y las mil ocasiones propicias para comunicar a los más jóvenes sus convicciones y el fruto de sus experiencias. Así, la acción propulsora rumbo a la “perfección” puede conseguirse en excelentes condiciones. Esta acción tiene por principal objetivo no sólo el bien individual de los miembros de la familia y el bien de la propia familia considerada en su conjunto, sino también el propio bien común de la sociedad.
En efecto, la sociedad es un ente colectivo más duradero que las familias; éstas, a su vez, son más duraderas que los individuos que las componen a lo largo de las diversas generaciones, y aquello que es más duradero sólo recibe beneficios de la fuerza propulsora de la aristocracia, en la medida en que esta última tenga una acción propulsora teóricamente tan duradera como la propia sociedad.
A la tradición le compete asegurar la durabilidad, los rumbos y las características de esta fuerza propulsora.
Prosigue el esquema:
“Dijérase que las propias virtudes y la propia perfección tienden a hacerse hereditarias.
“Esa institución no puede ser egoísta; debe ser eminentemente social y preocupada por el bien de los demás.”
De los principios aquí enunciados con tanta claridad se deduce la justificación de uno de los aspectos hoy en día más incomprendidos de la aristocracia: la herencia.
No son pocos los que afirman parecerles justo que se otorgue un título nobiliario a quienes practiquen acciones arduas y que revelen destacadas cualidades personales, máxime cuando dichas acciones, además de servir de ejemplo para muchos, producen por sí mismas importantes beneficios para el bien común; pero, añaden, no se justifica que dichos títulos nobiliarios se transmitan a los descendientes de quien los ha recibido, pues muchas veces los grandes hombres tienen hijos medianos que no merecen los galardones recibidos por sus mayores.
En realidad, la aplicación de este raciocinio impide que se formen familias nobles y hace tabla rasa de su misión propulsora para el continuo perfeccionamiento del conjunto del cuerpo social, perfeccionamiento que es un elemento indispensable para la continua y arrebatadora andadura de una sociedad, de un país, rumbo a todas las formas de perfección deseadas por los individuos que aman a Dios, que es la propia Perfección.
En otros términos, es justo tomar en consideración y premiar a los grandes hombres pero no lo es, ni corresponde a la realidad de los hechos, negar la misión de esas grandes estirpes como propulsoras de países en ascensión.
“La llamada aristocracia histórica está basada en la naturaleza humana y es muy conforme a la concepción cristiana de la vida, si encaja en las exigencias de ésta.
“No hay escuela comparable al hogar de una estirpe auténtica y cristianamente aristocrática.
"Cuando sabe cumplir con sus deberes, la sociedad debe respetarle aquellos medios que necesita para este supremo magisterio social.
"Palacios, cuadros, pergaminos, objetos de arte, obras maestras, viajes, bibliotecas, etc.
"Todos son elementos que pertenecen directa e inmediatamente a las grandes familias.
"Si bien el uso de esos bienes ha de encuadrar en la doctrina ascética y social de la Iglesia.
"Cuando se usan para formar ciudadanos selectísimos en beneficio de la comunidad, y en ese uso se observa el sentido cristiano genuino de la vida, se puede decir que son una especie de forma de propiedad pública y colectiva, puesto que toda la sociedad se beneficia de ellos.
"La aristocracia es tan conforme a la sociedad cristiana, que una sociedad no puede llamarse perfecta sino cuando se da en ella la institución de la aristocracia. La aristocracia sana es flor y nata de la civilización cristiana."
En la literatura católica sobre la aristocracia este género de conceptos van escaseando cada vez más; sin embargo, dichos conceptos jamás han sido desmentidos por el Magisterio de la Iglesia, y no podían faltar en una obra como ésta, que afronta a la aristocracia especialmente dentro del contexto de la civilización cristiana, modeladora de todas las naciones de Occidente.

5. Aristocracia en la familia

Hablando aún sobre las relaciones entre aristocracia y familia, el esquema aborda un delicado y altísimo aspecto de la vida de una clase aristocrática.
"A. Por cierta analogía se puede decir que el poder aristocrático dentro del hogar está reservado a la mujer.
"a) La autoridad corresponde al marido.
"b) Pero la mujer dentro de la familia es un elemento de moderación y de consejo.
"c) Es un elemento de relación entre el padre y los hijos.
"1. Por ella muchas veces son eficaces cerca de los hijos las órdenes del padre.
"2. A través de ella llegan al padre las necesidades y los deseos de los hijos.
"B. Santo Tomás dice que el padre gobierna a los hijos con gobierno 'despótico', en el sentido clásico de la palabra, y la mujer con gobierno 'político'.
"a) Porque la mujer es consejera y participa del poder del padre.
"b) La mujer, por otra parte, tiene como la representación de la caridad dentro de la familia. Es como la personificación de la misericordia en el hogar.
"c) Es la que debe estar más atenta a las necesidades de hijos y criados y más pronta a mover al padre para que las remedie.
"C. En el Evangelio aparece muy claro el contraste entre la falta de misericordia, de caridad, de espíritu aristocrático de los apóstoles en la escena que comentamos[3] y la inefable misión aristocrática que desempeñó María Santísima en las bodas de Caná.
"a) Atenta a las necesidades de los demás, María se acerca a quien puede remediarlas para exponérselas.
"b) Y después se acerca al pueblo, representado en los criados, para inculcarles que sean obedientes."
Esta comparación entre la misión de la aristocracia en el Estado y la nación con la de la mujer —esposa y madre— dentro del hogar es un poco sorprendente para el lector moderno, pues las escasas obras de divulgación sobre la aristocracia hoy existentes han habituado, a justo título, al público a ver en ella la clase militar por excelencia, lo que parece muy poco afín a la misión de la esposa y madre en la familia.
Sin embargo, no por ello deja de ser esta comparación rica en sabiduría. Para verla en su justa perspectiva es necesario tomar en consideración que la guerra se ejerce normalmente contra el extranjero; y Santo Tomás trata aquí de la misión de la aristocracia en la vida interna normal del país en tiempos de paz, y no en cuanto espada que lo defiende contra el enemigo externo.
Era inherente a la aristocracia medieval y, en parte, a la del Antiguo Régimen, que cada una de las familias que la constituía reuniera en torno suyo un conjunto de otras familias o individuos de un nivel social menos elevado, a ella vinculados por relaciones de trabajo de diversas índoles, de mera vecindad, etc.
En las ciudades de aquellas épocas, era normal que se alzasen viviendas populares junto a palacios, mansiones o simples residencias de familias acomodadas. Esta vecindad entre grandes y pequeños repetía a su manera la atmósfera familiar del hogar aristocrático, constituyendo así un halo discretamente luminoso de afectos y dedicaciones en tomo a cada familia aristocrática.
Por otra parte, las relaciones de trabajo, por el simple efecto de la caridad cristiana, tienden siempre a desbordar del mero ámbito profesional hacia el personal. Durante los largos períodos de convivencia en el trabajo, el noble inspira y orienta a quien está debajo de él, y este último, a su vez, hace lo mismo con relación al noble: le informa de sus aspiraciones y diversiones, de su modo de ser en la Iglesia, en la corporación o en el hogar, y también de las circunstancias concretas de la vida popular y de las necesidades de los desvalidos. Todo esto constituye, en fin, el circuito de interrelaciones entre el mayor y el menor que el Estado post-1789 procuró sustituir en cuanto le fue posible por la burocracia, es decir, por las oficinas de estadística e información, y por los siempre activos servicios de información policial.
Es a través de esas burocracias cómo el Estado anónimo (sin hablar aquí de las grandes sociedades anónimas macropublicitarias) inspira, propulsa y manda a la nación por medio de funcionarios también anónimos.
Recíprocamente, la nación habla al Estado a través de la boca anónima de las urnas electorales; anónima hasta el último refinamiento cuando el voto es secreto y el Estado ni siquiera puede saber quién ha votado de uno u otro modo.
Este conjunto de anonimatos evita en lo posible la presencia del calor humano en las interrelaciones del Estado moderno.
Muy distinta era la índole de los países dotados de una recta aristocracia. En ellos, según lo que anteriormente se ha visto, las relaciones eran, en la medida de lo posible, personales, y la influencia que el mayor ejercía sobre el menor, así como la que, a su modo, este último ejercía sobre el primero, se fundaban en una relación de afecto cristiano establecida de parte a parte. Afecto que traía consigo como consecuencia la dedicación y la confianza mutuas, y que llegaba a crear de hecho una sociedad entre los domésticos y patrones, de modo similar a como el protoplasma rodea el núcleo de una célula. Basta leer lo que dicen los verdaderos moralistas católicos sobre la sociedad heril para tener una noción exacta de cómo era este tipo de relación.
En las corporaciones, la relación entre maestros, oficiales y aprendices repetía también en amplia medida la bendecida atmósfera de la familia, y así por delante.
Ahora bien, este contacto vivo no englobaba únicamente aquello que las modernas legislaciones de trabajo llaman fría, seca y funcionalmente "patrones y empleados". A través de sus sirvientes y de los profesionales que les prestaban servicios, los de categoría más elevada, fueran nobles o burgueses, acababan por conocer las familias de sus subordinados, como éstos conocían las de sus patrones. En mayor o menor grado, conforme la orgánica espontaneidad de un movimiento social bueno, esas relaciones no se establecían tan sólo entre individuos, sino también entre familias. Eran relaciones de simpatía, benevolencia y ayuda, que venían de arriba hacia abajo; y relaciones de gratitud, afecto y admiración, que se remontaban desde abajo hacia arriba.
El bien es, de por sí, difusivo. A través de las capilaridades de esos sistemas, el grande acababa conociendo miserias anónimas —porque la miseria aísla y hace desconocido a aquél sobre el cual se abate—, y le era dado remediar, en la mayor parte de los casos, a través de las manos delicadas de su esposa y de sus hijas, tantos dolores que de otro modo no habrían sido aliviados.
Pero en este valle de lágrimas también el grande conocía sus horas amargas. A veces sus enemigos lo cercaban, le amenazaban, le agredían física o políticamente. Entonces la más firme muralla que defendía esta grandeza que súbitamente se tambaleaba estaba compuesta por las incontables dedicaciones que se erguían desinteresadamente para protegerle, a veces hasta con riesgo de la vida.
Esto que se ha dicho con los ojos puestos en la vida urbana, es superfluo repetirlo a esta altura de la exposición para la vida rural, de tan propicia que era esta última a crear la atmósfera y las relaciones aquí descriptas.
Así fue la vida en el feudo; así lo fue también en el campo cuando, extinguido el feudalismo, las antiguas relaciones entre señor y vasallo perdieron su alcance político, pero continuaron existiendo en el mero ámbito del trabajo; y así continúa ocurriendo en esta o aquella región de este o aquel país, incluso en la fuliginosa última década de siglo y milenio en que vivimos.
En la perspectiva del Estado monárquico con algo de aristocrático y algo de democrático considerado por Santo Tomás, la aristocracia participa en el poder del rey como la esposa en el poder del marido dentro del hogar. Le corresponde, pues, hacer llegar al padre —en este caso al Rey— mediante una acción moderadora, tan propia al instinto materno, el conocimiento emocionado de esta o aquella necesidad de sus hijos —es decir, de los pobres, de los pequeños y desvalidos que se encuentren en el ámbito de influencia bienhechora de su casa solariega— y conseguir del padre, ablandando su corazón, el correspondiente remedio.
Siempre en esa misma perspectiva, así como a la madre le cabe abrir el corazón de sus hijos para esta o aquella orden de su padre, le corresponde a la Nobleza el disponer el ánimo de los estamentos subordinados para un filial acatamiento de los decretos del rey.

6. Aristocracia política

Hasta aquí se ha tratado de la aristocracia considerada en sí misma en cuanto clase social. De ahora en adelante el tema pasará a ser la misión de la clase aristocrática en la vida política y social del país.
A quienes les haya podido parecer excesivamente conservadora, e incluso reaccionaria, la doctrina de los anteriores apartados tal vez les sorprendan agradablemente las palabras con que el esquema aborda el tema de la aristocracia política.
"La aristocracia social tiene una función que ejercer directa e inmediatamente cerca del pueblo. Pero por ley natural ejercerá siempre una función política cerca del poder. Participará del poder en beneficio del pueblo."
Tras hacer referencia de paso al gobierno "llamado mixto, donde tiene su función la 'monarquía', la aristocracia y el pueblo" como "el mejor gobierno, según la filosofía católica", el esquema continúa:
"La aristocracia, colocada entre la autoridad suprema, digamos monarquía, en sentido filosófico, mando de uno, y el pueblo, es elemento de moderación, de ponderación, de continuidad, de unión".
En esa perspectiva:
"1. La monarquía sin aristocracia fácilmente conduce al absolutismo.
"2. Pueblo sin aristocracia no es pueblo; es masa.
"3. La aristocracia defiende la monarquía y la modera.
"4. La aristocracia es cabeza del pueblo, educadora del mismo, encauzadora de sus energías.
"5. Aristocracia sin pueblo es oligarquía, es decir, privilegio odioso de una casta en la sociedad."

7. Misión social moderna de la aristocracia

El esquema enumera a continuación algunas características que deben encontrarse en la moderna aristocracia: "Moderadora del poder; consejera; conocedora de las necesidades del pueblo; defensora del pueblo cerca de la autoridad suprema; educadora del pueblo; ordenadora y encauzadora de las actividades del pueblo; ha de utilizar todos los recursos de la técnica y del progreso social en beneficio, sobre todo, de las clases más necesitadas."
Esta enumeración no es exhaustiva. Parece haberse hecho con el empeño de evitar que —como ocurre con tanta frecuencia— la aristocracia sea tachada de clase minoritaria monopolizadora de privilegios en detrimento del pueblo.
De hecho, el esquema señala desde el principio la tendencia de la aristocracia hacia la perfección en todas las cosas por amor a la Perfección absoluta que es Dios. Esto la lleva a propulsar al prójimo —inclusive por medio del decorum de la vida mediante las artes, mobiliarios, habitaciones, adornos, etc.— hacia todas las formas de perfección: antes que nada, hacia la perfección de virtud, pero también hacia la de talento, buen gusto, cultura, instrucción... y hasta la técnica. Todo ello debe difundirse por el cuerpo social entero, elevándolo a medida que la aristocracia se eleva a sí misma como tal.
Ahora bien, para que esta acción de elevarse se realice adecuadamente a través de la aristocracia es necesario ponderar que, como hemos descripto anteriormente, sus miembros han de ser aquellos "mejores", cuya presencia en el poder como dirigentes de una nación constituye la aristocracia en cuanto forma de gobierno.
Estas consideraciones permiten observar cuánto depende la forma de gobierno de las condiciones religiosas y morales del cuerpo social, sobre todo, pero también de las de otros tipos.

8. La nueva aristocracia

También trata el esquema sobre aquello que llama "nueva aristocracia".
Si se desea tener una idea exacta sobre la necesaria pero prudente renovación de las aristocracias, hay una metáfora que describiría el hecho con casi entera precisión: el método de purificación en ciertas piscinas contemporáneas. En ellas el agua se renueva incesantemente, pero de un modo tan gradual que pasa desapercibido, o casi desapercibido, para quienes tratan de observar el fenómeno. Se trata, pues, de una renovación auténtica. Sin embargo, la masa de agua está lejos de fluir rápidamente, y menos aún con una precipitación torrencial, impetuosa, revolucionaria podría decirse.
"Con casi entera precisión", hemos dicho un poco antes, y no, "con entera precisión", pues en la piscina, la renovación, por más lenta que sea, tiene por objetivo el desaguar de toda la masa de agua, mientras que en la renovación de la Nobleza no es precisamente eso lo que se debe desear; por el contrario, cuanto más lenta ésta sea, tanto mejor será. En efecto, la Nobleza está tan vinculada a la tradición por su propia naturaleza que lo ideal sería que el mayor número posible de familias nobles se conservara indefinidamente por los siglos de los siglos, bajo la condición de que esto no se diese en beneficio de elementos esclerosados, muertos, momificados y, por tanto, incapaces de participar de manera válida en el acontecer ininterrumpido de la Historia.
Esta metáfora corresponde a lo que se ha dicho sobre esta misma materia en el presente libro,[4] y entra en entera sincronía con todo lo que se encuentra a ese respecto en la citada obra del Cardenal Herrera Oria.
"Siendo la aristocracia elemento necesario de una sociedad bien constituida, parece natural, como principio práctico, que se salven las aristocracias históricas, que de ordinario conservan grandes virtudes; y que al mismo tiempo se creen otras aristocracias.
"La aristocracia no puede ser cerrada. Una aristocracia cerrada se hace casta, que es la antítesis de la aristocracia, porque la casta como tal no conoce el principio de la caridad, que es el alma de la aristocracia.
"Desgraciadamente, no pocas veces el virus mundano, al infiltrarse en los medios aristócratas, convierte a éstos en círculos herméticos.
"El gran problema moderno en este campo es precisamente rehacer las clases aristocráticas y crear nuevas formas de aristocracia."
De ahí nace una pregunta: si una aristocracia ha decaído, y sus miembros ya no son los mejores sino los peores, ¿qué se debe hacer?
Sería preciso crear nuevas clases aristocráticas, sin omitir que se haga lo posible para rehabilitar a la antigua aristocracia: Queda entendido, sin embargo, que si ésta no se deja levantar conviene no pensar más en ella. Si la aristocracia degenera, al cuerpo social le corresponde la misión de engendrar alguna otra salida para la situación, lo que se hará, en la mayor parte de las ocasiones, de modo instintivo y consuetudinario, buscando el apoyo de los elementos sanos que componen la sociedad.
Decimos "instintivamente" porque en las situaciones de emergencia son habitualmente más eficaces el sentido común y las cualidades del pueblo que los planes, a veces brillantes y seductores, de soñadores o burócratas, constructores de "paraísos" y "utopías", los cuales, por no estar fundados en la realidad, sólo generan, la mayor parte de las veces, fracasos y decepciones.

* * *

Pero si en la aristocracia no existen "mejores", si no hay en la plebe quien quiera asumir, en virtud del principio de subsidiariedad, la misión de propulsar hacia lo alto, y si en el propio clero se nota una carencia análoga, parece levantarse un problema: ¿Cuál es, entonces, la forma de gobierno que puede evitar la ruina de esa sociedad, de esa nación?
Para resolver este problema no han faltado quienes se hayan puesto a elucubrar soluciones políticas en virtud de las cuales un gobierno supuestamente compuesto de hombres buenos conseguiría resolver la gran cuestión de un modo casi mecánico y desde fuera de un cuerpo social que no está en buenas condiciones.
Ahora bien, cuando todo el cuerpo social no está en buenas condiciones, el problema es pura y simplemente insoluble, y la situación se configura como desesperante: cuanto más se intenta remediarla, tanto más se enreda en sus propias complicaciones y acelera su propio fin. Las situaciones desesperantes sólo pueden resolverse cuando un puñado de personas con Fe, esperando contra toda esperanza — "contra spem in spem credidit" (Rom. IV, 18), elogio que San Pablo hace de la Fe de Abraham— continúa esperando y esperando; es decir, cuando almas llenas de Fe recurren humilde e insistentemente a la Providencia para conseguir de Ella una intervención salvadora. "Emitte Spiritum tuum et creabuntur, et renovabis faciem terrae"[5] (Antífona de la fiesta de Pentecostés).
Sin ello es vano esperar que alguna forma de gobierno, sociedad o economía, la salve. "Nisi Dominus custodierit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam"[6] (Ps. CXXVI, 1).
El denso esquema sobre aristocracia que acabamos de comentar, extraído de la significativa obra elaborada bajo la dirección del Cardenal Herrera Oria, termina con las siguientes consideraciones:
"Decir, pues, que hacen falta almas aristocráticas en nuestros días, es decir que hace falta una clase que se eleve sobre las demás por su nacimiento, por su cultura, por sus riquezas, pero antes que nada y sobre todo por sus virtudes cristianas y por su misericordia sin límites.
"Aristocracia sin reserva abundante de virtudes cristianas perfectas es rótulo vacío, historia sin vida, institución social decaída.
"Su amor, su espíritu y su vida han de ser el espíritu, la caridad y la vida de Cristo.
"En definitiva, sin perfección cristiana habrá aristocracias de hecho y de fachada, pero no aristocracias auténticas, de obras y de derecho."
Si el lector toma en su sentido propio y natural estas últimas palabras del esquema, se dará cuenta de que está contenido en ellas un juicio sobre la aristocracia del tiempo en que el Cardenal Herrera Oria publicó su obra: "Hace falta una clase que se eleve sobre las demás por su nacimiento..."; es decir, la aristocracia de aquellos días, en concreto, no cumplía esa misión, su misión.
Si el esquema contuviese un elogio sin reservas a la aristocracia de su tiempo no hay duda de que sería acribillado con objeciones de unilateralidad, diciendo que, aunque la aristocracia tiene notables cualidades, tiene también graves defectos. Ahora bien, el presente juicio peca por unilateralidad, pero en sentido opuesto. A favor de la verdad histórica ha de decirse que si bien la aristocracia de los años 50 mostraba tener numerosos defectos, es imposible negar que afloraban en ella señaladas cualidades.




[1] BAC, Madrid, 10 vols., 1953-1959.
Mons. Herrera Oria fue una de las más destacadas figuras de la Iglesia española en el siglo XX. Nació en Santander en 1886. Siendo aún seglar, fundó en 1909, en compañía del Padre Ángel Ayala, S.I. la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Tuvo también una marcada actuación en movimientos como Pax Romana y Acción Nacional. En 1911 dio origen al diario "El Debate", del cual fue director hasta 1933, año en que fue nombrado presidente de la Junta Central de Acción Católica. En 1936 se dirigiría a Suiza para hacer sus estudios eclesiásticos. Ordenado sacerdote en 1940, volvió a España tres años más tarde. En 1947 fue consagrado Obispo y destinado a la diócesis de Málaga, en la cual permaneció hasta 1966, año en que renunció por razones de edad y falleció en 1968. Había sido nombrado Cardenal en 1965 por Pablo VI.
Su figura como pensador, escritor y hombre de acción fue objeto de ardientes controversias, sobre las cuales no viene al caso aquí tomar posición. Es de notar, sin embargo, que mientras sus más entusiastas admiradores se sitúan normalmente en el centro y en la izquierda, quienes con no menos calor discrepan con él forman parte habitualmente de la derecha. El texto sobre aristocracia aquí citado cuenta, pues, con la aprobación sin restricciones y quizá con la colaboración directa de un alto Prelado nada sospechoso de parcialidad a favor del estamento nobiliario.
Con respecto a su participación en la elaboración del referido homiliario, Mons. Herrera Oria hace las siguientes advertencias en el prólogo de la misma: "La obra no es mía, aunque sea mía la idea, la alta dirección y una parte del texto. La obra es fruto del trabajo de una comisión, cuyos miembros constan al final de este prólogo." Más adelante vuelve al asunto: "La obra es fruto de un trabajo en equipo. Yo he colaborado con un grupo de personas muy competentes en sus respectivas materias." (Op. cit., prólogo tomo I, pp. LXV y LXXI).

[2] El autor advierte que han sido realizadas dos ligeras alteraciones en el orden de presentación de los apartados con respecto al original. Se ha hecho sin perjudicar en nada el pensamiento de los autores del esquema y permitiendo que este conserve toda su fluidez y riqueza de expresión.

[3] El presente esquema es uno de los veinte que desarrollan el Evangelio de la multiplicación de los panes (Jn., VI, 1-15).
[4] Cfr. Cap. VII, 9.
[5] Enviad vuestro espíritu y todo será creado; y renovaréis la faz de la Tierra.

[6] Si el Señor no guardare la ciudad, en vano vigila el centinela.

lunes, 12 de enero de 2009

Texto completo de "Revolución y Contra-Revolución" y la fascinante introducción escrita por el autor para la edición argentina

Consulte el texto completo de "Revolución y Contra-Revolución" (1° mensaje de este sitio, año 2008).
Envíenos sus comentarios a:
mailto:donpelayodeasturias@gmail.com

Carta del renombrado canonista P. Anastasio Gutiérrez C.M.F.: "Revolución y Contra-Revolución": obra magistral

..."Revolución y Contra-Revolución" es una obra magistral cuyas enseñanzas deberían difundirse hasta hacerlas penetrar en la con­ciencia de todos los que se sientan verdaderamente católicos, y diría más, de todos los hombres de buena voluntad....


Carta del renombrado canonista P. Anastasio Gutiérrez C.M.F.
(1911-1998)

P. Anastasio Gutiérrez se doctoró en derecho canónico en la Pontificia Universidad Lateranense en Roma. En la facultad de Derecho Canónico de esa misma Universidad fue catedrático durante varias décadas. Fue perito del Concilio Vaticano II y asistente durante numerosos años del Cardenal Larraona en la Congregación para los Religiosos. Es uno de los fundadores del Institutum Iuridicum Claretianum de Roma. Hizo parte de la Comisión redactora del Código de Derecho Canónico promulgado en 1983.
En el Anuario Pontificio (1992) consta como consultor de las siguientes congregaciones vaticanas: Congregación para las Iglesias Orientales; Congregación para el Clero; Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y, finalmente, consultor del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos, máximo organismo eclesiástico en materia de derecho canónico.
Fué también Postulador de la Causa de canonización de la Reina Isabel la Católica y el Postulador General de su congregación y, en cuanto tal, de la causa de su fundador, San Antonio Maria Claret.
Fundó en 1965 la Asociación Laical de derecho pontificio SEGUIMI, de la cual fué consejero espiritual.
Entregó su bella alma a Dios el 6 enero 1998.

* * *

He leído con sumo interés, con sumo placer y con sumo provecho la Obra del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en el ejemplar cas­tellano a mi dedicado con expresiones de grande afecto y simpa­tía, que agradezco cuanto se merecen.
"Revolución y Contra-Revolución" es una obra magistral cuyas enseñanzas deberían difundirse hasta hacerlas penetrar en la con­ciencia de todos los que se sientan verdaderamente católicos, y diría más, de todos los hombres de buena voluntad. En ella estos últimos aprenderían que la única salvación está en Jesús Cristo y en su Iglesia, y los primeros se sentirían confirmados y robus­tecidos en su fe, y prevenidos e inmunizados psicológicamente y espiritualmente contra un proceso súbdolo que se sirvió de muchos de ellos como útiles idiotas compañeros de viaje.
El análisis que hace del proceso revolucionario es impresionan­te y revelador por su realismo y por el profundo conocimiento de la historia, a partir de la última edad media en decadencia, que prepara el clima al Renacimiento paganizante y a la Pseudo-Reforma, y ésta a la terrible Revolución francesa y poco después al Comunismo ateo.
Ese analisis histórico no es sólo externo, sino que es explicado y declarado en sus acciones y reacciones con los elementos que subministra la psicología humana, ya la del individuo ya la colec­tiva de las masas. Pero es necesario reconocer que hay quien guía a la descristianización de fondo y sistematica. Porque es verdad que el hombre tiende al mal -orgullo y sensualidad- pero si no hubiese quien tomase en mano las riendas de esas tendencias desor­denadas y las coordinase sagazmente, no nos darían probablemente el resultado de una acción tan constante, habil y sistemática sostenida tenazmente aprovechando incluso los altibajos provoca­dos por las resistencias y por la natural "reacción" de las fuer­zas contrárias.
La Obra prevé también, aunque con cautela en los pronósticos y por vía de hipótesis, la posible evolución próxima de la acción revolucionaria y, en su lugar después, de la Contra-revolucionaria.
Abundan pensamientos y observaciones sagaces de tipo sociológico, politico, psicológico, evolutivo... sembrados todo a lo largo y ancho del libro, dignos no pocos de una antología. Muchos de ellos señalan las "tácticas" inteligentes que favorecen a la Revolución y las que pueden o deben emplearse en el ámbito de una "estrategia" general Con­tra-Revolucionaria.
En suma, me atrevería a decir que es una Obra profética en el me­jor sentido de la palabra; aún más, que su contenido debería enseñar­se en los centros superiores de la Iglesia para que al menos las cla­ses elitarias tomen conciencia clara de una realidad aplastante, de la que creo que no se tiene clara conciencia. Ello, entre otras co­sas, contribuiría a descubrir o desmascarar a los utiles idiotas compañeros de viaje; entre los que se encuentran muchos eclesiásti­cos que suicidamente hacen el juego al enemigo; ese sector de idiotas aliados de la Revolución desaparecería en buena parte.
En la segunda parte se plantea bien la naturaleza de la Contra-Re­volución y la táctica valiente y “agresiva” que hay que observar, evi­tando excesos y actitudes impropias o imprudentes.
Ante esas realidades uno duda si en la Iglesia existe una verdade­ra "estratégia", como la hay en la Revolución; si se encuentran muchos elementos, acciones, instituciones... “tácticas”; pero parece que ac­túan aisladas y a veces con espíritu campanilista y de contra-altar, sin conciencia del conjunto. El concepto y la conciencia de actuar una Contra-Revolución podria unificar y hasta dar un mayor sentido de colaboración en la Iglesia.
No me queda sino congratularme con la Institución TFP por tener un Fundador de la altura y calidad del Prof. Plinio. Preveo para la Institución y le deseo con toda mi alma un vasto desarrollo y un porvenir lleno de logros contra-revolucionarios.
Concluyo diciendo que impresiona fuertemente el espíritu con que la Obra está escrita: un espíritu profundamente cristiano y amante a­pasionado de la Iglesia. La Obra es un producto auténtico de la "sapientia cristiana". Emociona también ver en un laico o seglar una devoción tan sentida a la Madre de Jesús y... nuestra: señal clara de predesti­nación: "Inciertos, como todo el mundo, sobre el día de mañana, eleva­mos nuestros ojos en actitud de oración hasta el excelso trono de María Reina del Univerno... Acepte la Virgen, pues, este homenaje filial tributo de amor y expresión de confianza absoluta en su triunfo" (pp. 137,139).

Roma, 8 de Septiembre de 1993
Fiesta de la Natividad de N.S.
P. Anastasio Gutiérrez

sábado, 3 de enero de 2009

La aristocracia en el pensamiento de un Cardenal del siglo XX, controvertido pero nada sospechoso de parcialidad a favor de ella (texto en portugués)

Apêndice IV

Aristocracia no pensamento de um Cardeal, controvertido mas insuspeito, do século XX


A extensa e erudita obra homiliária, Verbum Vitae – La Palabra de Cristo (10 volumes) elaborada sob a orientação de Mons. Angel Herrera Oria, então Bispo de Málaga (*), apresenta no seu tomo III (pp. 720-724) um esquema orientador para homilias contendo alguns pontos da doutrina da Igreja sobre a aristocracia.

(*) Verbum Vitae – La Palabra de Cristo – Repertorio orgánico de textos para el estudio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una comisión de autores bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, Obispo de Málaga, 10 vol., B.A.C., Madrid, 1953-59.
Mons. Angel Herrera Oria foi uma das figuras marcantes da Igreja em Espanha no século XX.
Nasceu em Santander em 1886. Em 1909, ainda como leigo, fundou, com o Pe. Angel Ayala S.J., a Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Em 1911 fundou o quotidiano "El Debate" do qual foi director até 1933, ano em que foi nomeado presidente da Junta Central de Acción Católica. Teve actuação marcante em movimentos como Pax Romana e Acción Nacional. Em 1936 dirigiu-se à Suíça para estudos eclesiásticos, tendo sido ordenado sacerdote em 1940. Voltou a Espanha em 1943. Foi sagrado bispo em 1947 e designado para a diocese de Málaga. Durante a sua actuação como bispo daquela diocese dirigiu a elaboração da importante obra que contém o esquema aqui comentado. Permaneceu na mesma diocese até 1966 quando renunciou por razões de idade. Em 1965 tinha sido feito Cardeal por Paulo VI. O seu falecimento ocorreu em 1968 (cfr. Diccionario de Historia Eclesiastica de España, ed. Enrique Florez, C.S.I.C., Madrid, 1972, verbete Herrera Oria, Angel).
Como pensador, escritor e homem de acção, a figura de Mons. Angel Herrera Oria foi objecto de ardentes controvérsias. Enquanto os seus admiradores mais entusiastas se situavam normalmente no centro e na esquerda, os que dele discordavam, com não menor calor, faziam parte habitualmente da direita.
Não vem a propósito, aqui, tomar posição a respeito dessas múltiplas controvérsias.
Cumpre apenas acentuar que o presente texto sobre aristocracia recebeu uma aprovação irrestrita – quiçá a colaboração – de um alto prelado inteiramente insuspeito de parcialidade a favor do estamento nobiliárquico.
A respeito da sua participação na elaboração da referida obra homiliária, Mons. Angel Herrera Oria faz as seguintes advertências no Prólogo da mesma:
"A obra não é minha, ainda que seja minha a ideia, a alta direcção e uma parte do texto. A obra é fruto do trabalho de uma comissão, cujos membros constam no final deste Prólogo".
E mais adiante volta ao assunto:
"A obra é fruto de um trabalho em equipe. Colaborei com um grupo de pessoas muito competentes nas suas respectivas matérias" (op. cit., Prólogo, tomo I, pp. LXV e LXXI).
[FIM DA NOTA]



Passaremos a transcrever trechos desse esquema acompanhados de alguns comentários (*).

(*) O autor adverte que duas pequenas alterações foram realizadas na enumeração dos diversos itens em relação ao esquema original, para facilidade de exposição. Tal foi feito sem prejudicar em nada o pensamento dos autores do esquema, permitindo que este conserve toda a sua fluência e riqueza de expressão. A primeira delas refere-se à troca entre os itens "aristocracia na família" e "aristocracia política". E a segunda, a idêntica troca entre os itens "missão social moderna da aristocracia" e "a nova aristocracia".
[FIM DA NOTA]


Inicialmente, a aristocracia é considerada em função da sociedade, e não do Estado:
"A aristocracia constitui elemento necessário numa sociedade bem constituída."
Em seguida, o esquema acrescenta: "Recordemos o que ensinam a filosofia, a teologia e o direito público cristãos acerca da aristocracia."

1. Sentido filosófico

"Aristocratas são os melhores", segundo o sentido etimológico da palavra. Esta "leva entranhada em si a ideia de perfeição, a ideia de virtude."
Com efeito, "a aristocracia tem hábitos virtuosos". Trata-se aqui de hábitos "do entendimento e da vontade", pelos quais "se sobressai a aristocracia".
"O tipo de aristocrata individualmente considerado, engendrado pela filosofia antiga, é o sábio".
São virtudes fundamentais da aristocracia "a perfeição moral e o amor ao povo".

2. Sentido teológico

"A teologia projecta torrentes de luz sobre este conceito de aristocracia, e proporciona fundamentos sólidos ao direito público cristão.
"A aristocracia é perfeição. E aspirar à perfeição é um dever do cristão. `Sede perfeitos, como também vosso Pai celestial é perfeito' (Mt. 5, 48). `Aquele que é justo, justifique-se mais, e aquele que é santo, santifique-se mais' (Ap. 22, 11). `Caminha na minha presença e sê perfeito', disse Deus a Moisés.
"No que consiste a perfeição?"
Ensina S. Tomás:
"1) A perfeição da vida cristã consiste principalmente na caridade [ou seja, o amor de Deus].
"2) Com efeito, de qualquer ser se diz que é perfeito na medida em que alcança o seu próprio fim que é a última perfeição da coisa.
"3) A caridade é que nos une a Deus, o qual é o último fim da mente humana, porque `quem permanece na caridade, permanece em Deus, e Deus nele' (I Jo. 4, 16) (cfr. II-II q. 184 a.1.2.3 c; ibid., q. 81 a.7 c).
"E, em consequência, é especialmente pela caridade que se alcança a perfeição da vida cristã".
Daí se deduz que:
"Esta ideia luminosa deve ser tida muito em conta pois ela vivifica toda a sociologia e toda a política, no que diz respeito à aristocracia.
"a) Aristocracia é perfeição.
"b) Perfeição é fundamentalmente caridade cristã ...."

3. O direito público cristão

"Aristocracia e propriedade. Não se atenta suficientemente para o facto de que um dos fundamentos da propriedade privada está no dever de se aperfeiçoar ...."
Leão XIII ensina na Rerum Novarum que os "bens se possuem como próprios e se administram como se fossem comuns. Ou seja, `satisfeito o proprietário no que lhe é necessário, e atendido o decoro e a perfeição', cumpre dar de esmola o que sobra. Fala-se muitas vezes da necessidade e do decoro, e se esquece que a perfeição é um dever".
O esquema passa então a considerações que o ambiente igualitário dos nossos dias vai sepultando lamentavelmente num inteiro olvido.
"Aos que vivem no mundo e têm família cumpre o dever de aperfeiçoá-la, e de elevar nos seus filhos o decoro e a consideração social da família, cristãmente entendidos.
"Contanto que se viva sob o influxo da caridade cristã, os pais devem procurar, que, na medida do possível, em ciência, em arte, em técnica, em cultura, em tudo, os seus filhos sejam melhores do que eles. Não para educar vaidosos, mas para oferecer à sociedade, em benefício do povo, gerações [sucessivamente] mais perfeitas.
"Os aristocratas devem, sobretudo, ter muito presente, para assimilá-los e aplicá-los, todos os progressos técnicos, sociais, etc., que possam satisfazer as necessidades das classes mais indigentes".
Estes ensinamentos tornam patente que o empenho das aristocracias para que, em sucessivas gerações, cresça continuamente o aprimoramento das moradias, do mobiliário, dos trajes, dos veículos, como também do porte pessoal e das maneiras, é um aspecto essencial dessa caminhada para uma perfeição global, quer para a glória de Deus, quer para o bem comum da sociedade temporal.
Tal não dispensa o perfeito aristocrata católico, nesta promoção do bem comum, de toda a solicitude que deve ter, no zeloso atendimento dos direitos das classes necessitadas.
Os aristocratas que assim forem constituem "os melhores", que pouco acima foram qualificados de "elementos necessários numa sociedade bem constituída".

4. Aristocracia social

O esquema passa a tratar, então, já não do aristocrata enquanto indivíduo, mas da família aristocrática:
"O aristocrata, ao aperfeiçoar-se e ao aperfeiçoar a sua família cria uma instituição dentro da sociedade, que é a família aristocrática".
O esquema deixa claro que, para ser fonte e propulsora desse impulso para o alto, a própria contextura familiar da aristocracia lhe é de grande vantagem. Pois é no seio das famílias de todas as classes sociais que se constitui a tradição própria a cada família. É no convívio familiar que os pais e os mais velhos encontram as condições psicológicas e as mil ocasiões propícias para comunicar as suas convicções e o fruto das suas experiências aos mais novos. Assim a acção propulsora rumo à "perfeição" pode ser obtida em condições óptimas. Esta acção visa de um modo muito importante, não apenas o bem individual dos membros da família, e o bem da própria família considerada enquanto um todo, mas o próprio bem comum da sociedade.
Com efeito, a sociedade é um ente colectivo mais durável que as famílias. E estas são mais duráveis que os indivíduos que as compõem nas várias gerações. E o que é mais durável só tem a se beneficiar com a força propulsora da aristocracia, na medida em que esta última tenha uma acção propulsora teoricamente tão durável quanto a própria sociedade.
E é à tradição que compete assegurar a durabilidade, os rumos e as características desta força propulsora.
E o esquema prossegue:
"Dir-se-ia que as próprias virtudes e a própria perfeição tendem a tornar-se hereditárias.
"Esta instituição não pode ser egoísta: deve ser eminentemente social e preocupada com o bem dos outros".
Destes princípios, enunciados com tanta clareza, deduz-se a justificação de um dos aspectos da aristocracia mais incompreendidos nos nossos dias: a hereditariedade.
Não são poucos os que afirmam parecer justo que mereça um título nobiliárquico a pessoa que tenha praticado acções árduas e reveladoras de qualidades pessoais relevantes, máxime quando tais acções, além de servir de exemplo a muitos, acarretam em si mesmas importantes efeitos para o bem comum.
Mas, acrescentam, a transmissão desses títulos nobiliárquicos à descendência de quem os recebeu, não se justifica. Pois muitas vezes os grandes homens têm filhos medianos, que não fazem jus aos galardões merecidos pelos maiores.
Na realidade, a aplicação de tal raciocínio veda a formação de famílias nobres, e faz tábula rasa da sua missão propulsora para o aperfeiçoamento contínuo de todo o corpo social. Aperfeiçoamento este que é um elemento indispensável para a caminhada contínua e empolgante de uma sociedade, de um País, rumo a todas as formas de perfeição desejadas pelos indivíduos, porque amam a Deus que é a própria Perfeição.
Noutros termos, se é justo tomar em consideração e premiar os grandes homens, não é justo, nem corresponde à realidade dos factos negar a missão dessas grandes estirpes na propulsão dos países em ascensão:
"A chamada aristocracia histórica está baseada na natureza humana e é muito conforme à concepção cristã da vida se se insere nas exigências desta.
"Não há escola comparável ao lar de uma estirpe autêntica e cristãmente aristocrática.
"Quando sabe cumprir os seus deveres, a sociedade deve reconhecer-lhe os meios dos quais necessita para este supremo magistério social".
"Palácios, quadros, pergaminhos, objectos de arte, obras primas, viagens, bibliotecas, etc.
"Todos estes são elementos que pertencem directa e imediatamente às grandes famílias.
"Contudo, o uso desses bens deve enquadrar-se na doutrina ascética e social da Igreja.
"Quando são usados para formar cidadãos selectíssimos para o bem da comunidade e neste uso se toma em conta o sentido cristão genuíno da vida, pode-se dizer que constituem uma espécie de forma de propriedade pública e colectiva, pois deles se beneficia toda a sociedade.
"A aristocracia é tão conforme à sociedade cristã, que uma sociedade não pode chamar-se perfeita senão quando existe nela a classe aristocrática. A sã aristocracia é flor e nata da Civilização Cristã".
Cada vez mais, conceitos como estes vão rareando na literatura católica sobre a aristocracia. Porém, tais conceitos jamais foram desmentidos pelo magistério da Igreja. E não poderiam faltar numa obra que, como esta, encara a aristocracia especialmente no contexto da Civilização Cristã, modeladora de todas as nações do Ocidente.

5. Aristocracia na família

Ainda sobre as relações entre aristocracia e família o esquema aborda um aspecto delicado e altíssimo da vida de uma classe aristocrática:
"A. Por certa analogia pode-se dizer que o poder aristocrático dentro do lar está reservado à mulher.
"a) A autoridade corresponde ao marido.
"b) Mas a mulher dentro da família é um elemento de moderação e de conselho.
"c) É um elemento de relação entre o pai e os filhos.
"1. Por ela se tornam muitas vezes eficazes, junto aos filhos, as ordens do pai.
"2. Através dela chegam ao pai as necessidades e os desejos dos filhos.
"B. S. Tomás diz que o pai governa os filhos com governo `despótico', no sentido clássico da palavra, e a mulher com o governo `político'.
"a) Porque a mulher é conselheira e participa do poder do pai.
"b) A mulher, por outro lado, tem como que a representação da caridade dentro da família. É como que a personificação da misericórdia no lar.
"c) É a que deve estar mais atenta às necessidades dos filhos e criados e mais pronta a mover o pai a remediá-las".
"C. No Evangelho aparece muito claro o contraste entre a falta de misericórdia, de caridade, de espírito aristocrático dos apóstolos na cena que comentámos (*) e a inefável missão aristocrática que desempenhou Maria Santíssima nas Bodas de Caná.

(*) O presente esquema é um dos vinte que desenvolvem o Evangelho da multiplicação dos pães (Jo. 6, 1-15).

"a) Atenta às necessidades dos demais, Maria aproxima-se de quem pode remediá-las para as expor.
"b) E depois se aproxima do povo, representado pelos criados, para mostrar-lhes que devem ser obedientes".
A comparação da missão da aristocracia no Estado e na Nação, com a da mulher – esposa e mãe – dentro do lar, é um pouco surpreendente para o leitor moderno. Pois as escassas obras de divulgação sobre a aristocracia hoje existentes habituaram, a justo título, o público a ver nela a classe militar por excelência, o que parece muito pouco afim com a missão da esposa e mãe na família.
Entretanto tal comparação nem por isso deixa de ser rica em sabedoria.
Para vê-la na sua justa perspectiva, é preciso ter em conta que a guerra é normalmente uma actividade exercida contra o estrangeiro. E S. Tomás trata aqui da missão da aristocracia, na vida interna e normal do País em tempo de paz, e não enquanto constituindo o gládio deste na defesa contra o inimigo externo.
Era inerente à aristocracia daquelas épocas que cada uma das famílias constitutivas dela reunisse em torno de si um conjunto de outras famílias ou indivíduos dum nível social menos elevado, a ela ligados por relações de trabalho de diversas índoles, de simples vizinhança, etc.
Nas cidades da sociedade medieval, e em parte nas do Antigo Regime, era normal a vizinhança de palácios, mansões, ou simples vivendas confortáveis, com habitações populares representativas de um teor de vida menos elevado. Esta vizinhança de grandes com pequenos repetia ao seu modo a atmosfera do lar aristocrático, constituindo assim um halo discretamente luminoso de afectos e de dedicações em torno de cada família aristocrática.
Por sua parte as relações de trabalho, pelo simples efeito da caridade cristã, tendiam sempre a extravasar do mero âmbito profissional para o âmbito pessoal. Nas longas convivências de trabalho, o nobre inspirava e orientava o que lhe estava abaixo, e a seu modo o mesmo fazia este último em relação ao nobre: informava-o das suas aspirações e diversões, do seu modo de ser na Igreja, na corporação ou no lar, e também das circunstâncias concretas da vida popular e das necessidades dos desvalidos. Tudo isto, enfim, constituía um circuito de inter-relações entre maior e menor, que o Estado pós-1789 procurou substituir quanto possível pela burocracia. Ou seja, pelos bureaux de estatísticas e informações, e pelos sempre activos serviços de informação policiais.
É através dessas burocracias que o Estado anónimo, por meio de servidores também anónimos (para não esquecer as grandes sociedades anónimas macropublicitárias), inspira, propulsiona e manda na Nação.
Reciprocamente esta fala ao Estado através da boca anónima das urnas eleitorais. Anónima, até ao último requinte do anonimato, quando o voto é secreto e o Estado nem pode saber quem votou de um ou de outro modo.
Este conjunto de anonimatos evita o quanto possível a presença do calor humano nas inter-relações do Estado moderno.
Outra era a índole dos países dotados de uma recta aristocracia. Nestes, como se viu pouco acima, as relações eram, quanto possível, pessoais. E a influência do maior sobre o menor como, a seu modo, a do menor sobre o maior, exercia-se em razão de uma relação de afecto cristão estabelecida de parte a parte. Afecto que trazia consigo, como efeito, a dedicação e a confiança mútuas. E que fazia até uma sociedade de facto, dos domésticos com os patrões. Algo como um protoplasma formado em torno do núcleo. Basta ler o que dizem os verdadeiros moralistas católicos sobre a sociedade heril para ter uma noção exacta deste tipo de relação.
Na corporação, a relação mestre-oficial-aprendiz repetia em larga medida a abençoada atmosfera da família. E assim por diante.
Ora, neste contacto vivo, não ficavam abarcadas apenas o que as modernas legislações de trabalho chamam fria, seca e funcionalmente "empregadores e empregados". Através dos seus servidores domésticos e profissionais, os de categoria mais elevada, fossem eles nobres ou burgueses, acabavam por conhecer as famílias dos seus subordinados, como estes conheciam as famílias daqueles. Em grau maior ou menor, conforme a orgânica espontaneidade da boa movimentação social, essas relações não eram apenas de indivíduo a indivíduo, mas entre família e família: relações de simpatia, benevolência, ajuda que procedia de alto para baixo, e de gratidão, afecto e admiração que se evolavam de baixo para cima.
O bem é difusivo de si. Era através das capilaridades desses sistemas que o grande acabava por conhecer misérias anónimas, porque a miséria torna isolado e desconhecido aquele sobre o qual ela se abate. E ao grande – o mais das vezes – pelas mãos delicadas da sua esposa e das suas filhas era dado remediar tantas dores que de outra maneira teriam ficado sem remédio.
Mas, neste vale de lágrimas, também o grande conhecia as suas horas amargas. Por vezes os seus inimigos cercavam-no, ameaçavam-no, agrediam-no, ora física ora politicamente. E a mais firme muralha desta grandeza que subitamente cambaleava era a das incontáveis dedicações que se erguiam desinteressadamente para protegê-lo, por vezes até com risco de vida.
Isto, que ficou dito especialmente com os olhos postos na vida urbana é supérfluo repeti-lo, a esta altura da exposição, no que concerne à vida rural, tanto era esta última propícia a criar a atmosfera e as relações já aqui descritas.
Tal foi a vida do feudo. Tal também a do campo quando, extinto o feudalismo, as antigas relações entre senhor e vassalo perderam o seu alcance político mas conservaram a sua realidade no mero âmbito do trabalho. E tal continua a ser, por vezes, nesta ou naquela região, deste ou daquele País, até nesta última década fuliginosa deste fim de século e de milénio.
Na perspectiva de um Estado monárquico, com algo de aristocrático e algo de democrático, visualizado por S. Tomás, a aristocracia é partícipe do poder real como a esposa o é do poder do esposo dentro do lar. A ela cabe, por uma acção moderadora, toda própria ao instinto materno, fazer chegar ao pai – no caso concreto ao rei – o conhecimento emocionante desta ou daquela necessidade dos filhos. Ou seja, dos pobres, dos pequenos, dos desvalidos que se achem no âmbito da influência benfazeja de um solar nobre. E obter o remédio correspondente dado pelo pai com o coração tornado benévolo.
Sempre na mesma perspectiva, é que, assim como à mãe cabe abrir o coração dos filhos a esta ou àquela ordem do pai, à nobreza cabe dispor o ânimo dos estamentos subordinados a um filial acatamento dos decretos do rei.

6. Aristocracia política

Até aqui, tratou-se da aristocracia enquanto classe social, considerada em si mesma. Daqui por diante, o tema passa a ser a missão da classe aristocrática na vida política e social do País.
Aqueles a quem estes ensinamentos pareçam quiçá excessivamente conservadores ou até reaccionários, causarão talvez agradável surpresa as palavras com que é abordado no esquema o tema da aristocracia política:
"A aristocracia social tem uma função a exercer directa e imediatamente junto ao povo.
"Mas, pela lei natural, exercerá sempre uma função política junto ao poder. Participará do poder em benefício do povo".
E, depois de se referir de passagem ao governo "chamado misto, no qual têm a sua função a `monarquia', a aristocracia e o povo", como sendo "o melhor governo segundo a filosofia católica", o esquema continua:
"A aristocracia, colocada entre a autoridade suprema, ou seja, a monarquia no seu sentido filosófico – mando de um – e o povo, é elemento de moderação, de ponderação, de continuidade e de união". Nessa perspectiva:
"1) A monarquia sem aristocracia facilmente conduz ao absolutismo.
"2) Povo sem aristocracia não é povo, é massa.
"3) A aristocracia defende a monarquia e a modera.
"4) A aristocracia é a cabeça do povo, a educadora do mesmo, orientadora das suas energias.
"5) A aristocracia sem povo é oligarquia, ou seja, privilégio odioso duma casta na sociedade".

7. Missão social moderna da aristocracia

O esquema enumera a seguir algumas características que devem ser encontradas na moderna aristocracia:
"Moderadora do poder; conselheira; conhecedora das necessidades do povo; defensora do povo ante a autoridade suprema; educadora do povo; ordenadora e orientadora das actividades do povo; há-de empregar todos os recursos da técnica e do progresso social em benefício, especialmente, das classes mais necessitadas".
Esta enumeração não é abarcativa. Parece ter sido feita com o empenho de evitar que a aristocracia seja acusada, como tão frequentemente o é, de classe minoritária monopolizadora de vantagens em detrimento do povo.
De facto, o esquema aponta, logo no início, a tendência da aristocracia à perfeição em todas as coisas, por amor à Perfeição absoluta que é Deus. O que a leva a ser uma possante propulsora do próximo para todas as formas de perfeição (antes de tudo as perfeições da virtude, mas também as do talento, do bom gosto, da cultura, da instrução... e até da técnica). Essa propensão dá-se inclusive por meio do decorum da vida, pelas artes, mobiliários, habitações, adornos, etc. Tudo deve difundir-se pelo corpo social inteiro, elevando-o à medida que a aristocracia se eleva a si própria, enquanto aristocracia.
Ora, para que esta acção de elevar se realize adequadamente através da aristocracia, é preciso ponderar que, assim descrita esta, os seus membros são os tais "melhores", cuja presença no poder como dirigentes da Nação constitui a aristocracia enquanto forma de governo.
Estas considerações deixam ver quanto a forma de governo é função das condições, sobretudo religiosas e morais mas também outras, do corpo social.

8. A nova aristocracia

O esquema também trata daquilo que chama de "nova aristocracia". E, se se deseja ter uma ideia exacta sobre a necessária mas prudente renovação das aristocracias, uma metáfora que descreveria o facto com uma precisão quase inteira é a da substituição da água em certas piscinas contemporâneas.
Nestas a água renova-se incessantemente, mas de modo tão gradual que esta renovação passa despercebida – ou quase – a quantos procurem observá-la. É, pois, uma renovação autêntica, em que, entretanto, a massa de água está longe de fluir rapidamente, e menos ainda com precipitação torrencial, impetuosa, dir-se-ia revolucionária.
"Com uma precisão quase inteira", diz-se pouco acima. E não inteira, porém. É que na piscina, a renovação, por mais lenta que seja, visa o escoamento de toda a massa de água. Quanto à renovação da nobreza, não é precisamente isso que se deve desejar. Pelo contrário, quanto mais lenta for a renovação dela tanto melhor será. Com efeito, a nobreza é pela sua própria natureza tão ligada à tradição, que o ideal seria que o maior número de famílias nobres se conservassem através dos séculos e dos séculos, indefinidamente. Sob a condição, todavia, de que tal conservação não se desse em benefício de elementos esclerosados, mortos, mumificados, e portanto incapazes de uma participação válida no acontecer ininterrupto da História.
Esta metáfora corresponde ao que sobre a matéria ficou dito no presente livro (*), e entra em inteira sincronia com quanto a tal respeito se encontra na obra citada do Cardeal Angel Herrera Oria.

(*) Cfr. Capítulo VII, 9.

"Sendo a aristocracia elemento necessário de uma sociedade bem constituída, parece natural, como princípio prático, que se salvem as aristocracias históricas, as quais normalmente conservam grandes virtudes; e que ao mesmo tempo se criem outras aristocracias.
"A aristocracia não pode ser fechada. Uma aristocracia fechada torna-se casta, que é a antítese da aristocracia, porque a casta como tal não conhece o princípio da caridade, que é a alma da aristocracia.
"Infelizmente, não poucas vezes o vírus mundano, ao infiltrar-se nos meios aristocráticos, transforma os mesmos em círculos fechados.
"O grande problema moderno neste campo é precisamente refazer as classes aristocráticas e criar novas formas de aristocracia".
Parte daí uma questão: se uma aristocracia está decaída, e os seus membros já não são os melhores, mas os piores, o que fazer?
Seria preciso criar novas classes aristocráticas, sem omitir que se faça o possível para reabilitar a aristocracia antiga. Mas fica entendido que se esta não se deixa reerguer, convém não pensar mais nela.
Se a aristocracia degenera, compete ao corpo social engendrar alguma outra solução, o que ele fará procurando – o mais das vezes instintiva e consuetudinariamente – o apoio dos elementos sadios que o compõem.
Falamos em "instintivamente" porque para as situações de emergência como esta, o bom senso e as qualidades do povo habitualmente podem mais do que os planos, se bem que por vezes brilhantes e sedutores, de sonhadores ou burocratas construtores de "paraísos" e "utopias". Tais planos, em virtude de carecerem de base na realidade, o mais das vezes só engendram fracassos e decepções.
* * *
Mas se na aristocracia não existem "melhores", e não há na plebe quem queira assumir, em virtude do princípio de subsidiariedade, a missão da propulsão para o alto, e se no próprio clero análoga carência se nota, um problema parece levantar-se: qual a forma de governo que pode, então, evitar a ruína de tal sociedade, de tal Nação?
Para resolver o problema, não falta quem se ponha a excogitar soluções políticas em virtude das quais um governo, supostamente composto de homens bons, consiga resolver a grande questão como que mecanicamente, e de fora para dentro de um corpo social que não está em boas condições.
Ora, quando todo o corpo social não está em boas condições, o problema pura e simplesmente é insolúvel. E a situação configura-se como desesperadora. Quanto mais se procure remediá-la, tanto mais ela se enreda nas próprias complicações, e acelera assim o seu próprio fim.
As situações desesperadoras só são solúveis quando um punhado de pessoas de Fé, esperando contra toda a esperança – contra spem in spem credidit (Rom. 4, 18), elogio que S. Paulo faz da Fé de Abraão – continua a esperar, esperar. Ou seja, quando almas cheias de Fé recorrem humilde e instantemente à Providência para obter desta uma intervenção salvadora. "Emitte Spiritum tuum et creabuntur, et renovabis faciem terrae" – Enviai o vosso Espírito, e tudo será criado e renovareis a face da terra (Antífona da festa de Pentecostes).
Sem isto, é vão esperar a salvação de qualquer forma de governo, de sociedade ou de economia. "Nisi Dominus custodierit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam" [Se o Senhor não guardar a cidade, inutilmente vigia a sentinela] (Sl. 126, 1).
E o substancioso esquema sobre aristocracia que acabamos de comentar, extraído da significativa obra elaborada sob a direcção do Cardeal Herrera Oria, termina com as seguintes considerações:
"Dizer, pois, que fazem falta almas aristocráticas nos nossos dias, é dizer que faz falta uma classe que se eleve sobre as outras pelo seu nascimento, pela sua cultura, pelas suas riquezas, mas antes de mais nada e sobretudo pelas suas virtudes cristãs e pela sua misericórdia sem limites.
"Aristocracia sem reserva abundante de virtudes cristãs perfeitas é rótulo vazio, história sem vida, instituição social decaída.
"O seu amor, o seu espírito e a sua vida hão de ser o espírito, a caridade e a vida de Cristo.
"Enfim, sem perfeição cristã, haverá aristocracias de facto e de fachada, mas não aristocracias autênticas, de obras e de direito."
A tomar no seu sentido próprio e natural estas últimas palavras do esquema, o leitor dá-se conta de que ele contém um juízo sobre a aristocracia do tempo em que a publicou o Cardeal Angel Herrera Oria: "... faz falta uma classe que se eleve sobre as outras pelo seu nascimento...". Ou seja, in concreto, a aristocracia daqueles dias não cumpria essa missão, isto é, a sua missão.
Se o esquema contivesse um elogio sem reservas à aristocracia do seu tempo, não há dúvida de que seria crivado de objecções por unilateral. Pois, dir-se-ia, a aristocracia tem ponderáveis qualidades, mas também graves defeitos.
Ora o presente juízo peca por unilateralidade, se bem que em sentido oposto. E, a bem da verdade histórica, cumpre dizer que, se a aristocracia dos anos 50 apresentava numerosos defeitos, é impossível negar que também apresentava relevantes qualidades.

* * * * *